Ahora vivo y entreno en Guardamar de Segura. El entorno preferido de un triatleta. El entorno preferido para un amante de la naturaleza. Entrenar natación después de trabajar en la playa es alucinante. Correr por las dunas es una experiencia muy bonita. Correr por las noches de otoño por la playa, con la luz de la luna que ilumina tus pasos y el sonoro ruido de las olas de fondo es una experiencia reconfortante. Y todo eso a un paso de mi trabajo.
Podré revivir la experiencia de la competición? Espero que sí. Espero con ansia el levantarme por la mañana, enfundarme el traje de neopreno. Comenzar la natación, pelear en el agua cuerpo a cuerpo, evitar los codazos, sacudir las piernas para evitar agarres, divisar la primera boya, girar y marcar la diferencia entre mis competidores que empiezan con rapidez pero se quedan rezagados después de la primera boya. Flotar en el agua, volar sobre el agua, extender mi cuerpo al ritmo de las olas, llegar ahogado a la transición de la bicicleta, sentir el ruido de la cadena, del cambio de marchas, de los rodamientos de la bicicleta, del ruido de adelantamiento de las ruedas de perfil alto de fibra de carbono, la incomodidad de rodar con acople, cambiar de velocidad con mi bicicleta de cambio en el acople, rodar en llano a una velocidad con el viento en la cola; cambiar el ritmo de bicicleta por el correr sobre asfalto con las piernas medio dormidas, recobrar posiciones en la carrera con mi ritmo de antiguo maratoniano, resistir más que muchos de mis competidores el calor asfixiante y la humedad relativa altísima, así como el ritmo trepidante de mis pulsaciones, avanzar metros y más metros. Y finalmente llegar a la meta y zamparme una cerveza de un solo trago.
